El Delivery no es cosa nueva

Del 1800 al siglo XXI, siempre ha habido delivery, venta callejera, entregas a domicilio y reparto de viandas. Hoy en motos, ayer en carros o en canastos que colgaban de un palo sobre los hombros del mozo.

Consultamos un libro que recomendamos: “A la Mesa”, de los antropólogos Luisa Pinotti y Marcelo Alvarez, que explican en uno de sus capítulos que el delivery no es cosa nueva.  Los porteños recibían en su casa, leche, agua, pan y viandas, pescados, carne y aceitunas. Los repartidores  llevaban la mercadería en palancas como los pescaderos”. La leche llegaba desde los tambos, situados a una distancia dos a seis leguas. “Pero en el verano los tambos se establecían en El Bajo”.

La manteca era en realidad una mantequilla que se traía a Bs As en vejigas de vaca. La Lic. Pinotti explica que los vendedores ambulantes y los que tenían puestos en la calle, eran por lo general de raza negra, que constituía un tercio de la población porteña. Sentados en la vereda, vendían comestibles sabrosos a los mozos, jornaleros, carretilleros y comerciantes de la zona. Y también llevaban a las casas de familia pastelitos con miel de caña, dulces o alfajores. A más de “aceitunas aderezadas con oleo, pimientos, limón y cebolleta”. Aceitunas que llegaban desde lejos, de Sevilla y de Francia.

Otro delivery super importante era el de los aguateros, con una mercancía no muy traslúcida y confiable, ya que se sacaba del río y no siempre en los lugares permitidos. El agua se guardaba en tinajas para su decantación y luego era hervida meticulosamente.
 
Este delivery de alimentos fundamentales continuó en el siglo XX y XXI.  En los barrios era figura conocida y esperada el lechero, (bombachas, faja, alpargatas y boina) primero con los tarros y su jarro medidor y luego con las botellas verdes con leche sin pasteurizar que se transformó en los ochenta en  envases de tetra, yogures en vidrio y manteca. En el barrio de Flores hasta 1945 pasaba por la calle Directorio un gaucho con su vaca, que ordeñaba allí mismo la leche espumosa. El panadero, allá por 1950  también caminaba las calles, bien temprano con la canasta de panes calentitos y factura para el desayuno. Un vendedor muy pintoresco era el que pasaba con su carro a caballo –que en verano ostentaba un  viejo sombrero del que sobresalían las orejas-, con enseres para el hogar (escobas, cepillos, sillas y silloncitos de rafia…)  Los carritos con frutas y tomates se estacionaban en las esquinas, vendiendo mercancía más barata que en el mercado.
 
Otra curiosidad eran los vendedores de telas o incluso batones o blusas, que vendían a las señoras del barrio, en cuotas, sin necesidad de papeles, recibos o facturas. Bastaba la palabra.
 
Hoy el delivery se ha sofisticado y llega con sushi, pizzas y comidas “a domicilio”. Incluso hay delivery de bebidas, cigarrillos y hasta pañales. Pero si hay un reparto indispensable y que persiste es el del sodero, que ahora también lleva otras bebidas como complemento. Pero hoy ya no se deja el pago debajo de la botella vacía, como antes. Ahora el sodero toca el timbre.